domingo, 16 de enero de 2011

En la ciudad vemos de todo un poco...

...o debajo de ella. El sábado (o sea, ayer) visité Valencia sola por primera vez y mi panorámica de ciudad duró tres minutos: los que transcurrieron des de que abandoné el tren hasta que me subí en el metro. En mi rinconcito de tren había diferentes tipos de personas: desde las dos amigas cuarentonas (sin el complemento peyorativo que el adjetivo conlleva), hasta dos madres con sus niñas de apenas un añito que iban a visitar la ciudad, pasando por la mujer que va con los auriculares puesto y sin olvidar a la familia que lleva a sus hijas durmiendo mientras los progenitores hablan de qué tal va el país. Pocos hombres, la verdad, las mujeres usan más el tren.
Corriendo como aquel que dice, me metí en la boca del metro mientras este me engullía en sus vagones, sus máquinas de recoger billetes nunca usadas y que ahora les ha dado por "pasar la tarjeta por encima"; sí, me sentí totalmente tragada por el metro. Allí, otra vez, me volví a encontrar con la joven de los auriculares y con otro hombre que, al parecer, le urgía llegar a su destino, sus movimientos le delataban completamente.
Una vez en el vagón los acompañantes fueron varios otra vez: una mujer con el pelo que le llegaba hasta la zona lumbar de la espalda (realmente impresionante), una mujer leyendo y leyendo y volviendo a leer (en diez minutos llegó a leerse más de veinte páginas, lo llevaba yo controlado), un trabajador con pinta de pintor y/o albañil, y lo que más me gustó, mis acompañantes de viaje más peculiares, una pareja. Él tenía pinta de pakistaní o algún país de esa zona: cara alargada, moreno de piel, labios carnosos, pelo corto pero escarpado. En cambio ella era todo lo contrario: cara redonda, muy blanquito, labios más bien inexistentes y pelo largo, alborotado, rizado. Cuando entraron en el vagón se sentaron enfrente mía y mientras él abría su ejemplar de El viaje al amor: las nuevas claves científicas - Eduardo Punset, ella se acomodaba en su hombro para echar una cabezadita. Qué imagen tan entrañable.
Mi trayecto terminó junto a la mujer lectora, llegué a mi destino, toqué el timbre y entré. Ya no existían extraños, ya eran amigos y mucho más.